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sábado, 13 de julio de 2013

Los Bellegarde de Saint-Lary, un linaje de Saboya por el mundo.

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  2. Teclear en el recuadro de búsqueda mi nombre: carlo emanuele ruspoli.
  3. Buscar entre la veintena de entradas la correspondiente a ese libro.
  4. Pinchar en el libro que ya se puede adquirir.




Este libro será publicado próximamente con la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, al igual que se hizo para Retratos. La crisis actual ha retrasado su publicación que estaba prevista en primavera de este año. Mientras, he decidido crear una edición digital del mismo.

Sinopsis: Mi hermano, el conde Roger Roberto de Bellegarde de Saint-Lary me ha encargado este año 2012, que escriba este libro sobre su noble y antigua familia originaria de la Saboya. Para mí supone una satisfacción que me ha-ya consultado, tal vez por el éxito cosechado en mi primer libro de relatos biográficos que le dediqué sobre los ilustres apellidos Borja, Téllez-Girón, Marescotti y Ruspoli, denominado Retratos y publicado por la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía en mayo del 2011. No voy a seguir hablando de mi primer libro publicado, porque pienso que el autor que habla solo de sus propios libros acaba siendo peor de la madre que solo habla de sus hijos. Y soy consciente de que no se es escritor por haber elegido decir ciertas cosas, sino por la forma que se digan, así que mi función será la de dar testimonio, como fiel cronista y como si fuera un acta notarial, de la historia de la noble descendencia Bellegarde de Saint-Lary, de origen de Saboya. Los Bellegarde, abreviando el patronímico, fueron barones, condes, marqueses y duques en Francia y condes en Italia. Tantos países diferentes a los que habría que añadir España y Estados Unidos de Norteamérica, entre otros. Pero la diáspora de la familia nunca fue un motivo de que cayera en el olvido, porque allá donde estuvo o está siempre ha destacado. 


Tal vez cabe aquí un razonamiento sobre los distintos pueblos protagonistas de este libro, para conocerlos mejor y contrastar con la opinión del autor, cuyos ancestros compartidos al 50% con mi hermanos Roger, son italianos, españoles, norte-americanos, franceses, austriacos, húngaros, ale-manes, escoceses, británicos, etc. Los Bellegarde tuvieron que lidiar con varios de ellos y con resultados no siempre buenos, vamos con altibajos. En especial el siglo XIX que fue condicionado por la Revolución francesa, los Bonaparte, las alianzas contra el emperador, las guerras de independencia de Italia, para llegar a la ansiada unificación de Italia. En este escenario los jóvenes de buena raza, recién salidos de sus colegios milita-res, al final elegían entre las varias opciones disponibles y según la tradición de la familia. Sin embargo esto provocó a los Bellegarde y a otras familias nobles de Saboya que en ocasiones hubiera batallas en las que se enfrentaron hasta unos hermanos. Humberto Eco en su última novela “El cementerio de Praga” crea a un personaje piamontés, un falso y falsificador capitán inmerso plenamente en las contradicciones de aquel siglo en el que le tocó vivir y que ajustó a sus extravagancias y precisamente sus opiniones son las que reproduzco en parte a continuación, porque son muy adecuadas a la realidad de entonces. Y aunque sean evidentemente causticas, subjetivas y posiblemente injuriosas, a la vez son divertidas y desenfadadas. Lo cual aclaro para que nadie se sienta por aludido, especialmente los Bellegarde y este autor. Gobineau escribió sobre la desigualdad de las razas y afirma que si alguien habla mal de otro pueblo, es porqué considera superior el propio.
Sin tener prejuicios, los franceses opinan por ejemplo que los italianos son perezosos, estafado-res, rencorosos, celosos, orgullosos más allá de to-do límite, tanto que piensan que quien no sea francés es un salvaje incapaz de aceptar reproches. Claro que para inducir un francés a reconocer una tara en su raza es suficiente hablar mal de otro pueblo, como si dijéramos: “Nosotros los pola-cos tenemos este o aquel defecto” y, como no quieren ser segundos de nadie, ni siquiera en lo malo, reaccionaría al instante con un “Oh, no, aquí en Francia somos peores” y dale a hablar mal de los franceses, hasta que se dan cuenta que han caído en tu trampa. Los franceses no aman a sus semejantes...

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